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DIALOGO DE DOS MONJES ERRANTES
Hui Shen regresó a China poco antes de comienzos del siglo VI dC. Recibido en
audiencia por el emperador Wu de Liang, en Nankín, el viejo monje narró su viaje a Fusang y pidió al nuevo
emperador que le exonerara de las obligaciones del monasterio permitiéndole marchar a la montaña.
El joven emperador, recién llegado al trono, no pudo rehusar la petición de Hui Shen y, después de haber oído su historia, quedó tan maravillado que, aun quedando entristecido por su marcha, le ofrecería a aquel monje todo lo que estuviera en su mano.
El joven emperador, recién llegado al trono, no pudo rehusar la petición de Hui Shen y, después de haber oído su historia, quedó tan maravillado que, aun quedando entristecido por su marcha, le ofrecería a aquel monje todo lo que estuviera en su mano.
-Mira Hui Shen
-dijo el emperador Wu- que en el norte se están construyendo templos nuevos en
el interior de las montañas. Cuando tú partiste a Fusang empezaron a
construirlos en las Grutas de Yungang en Datong. Ahora los hacen en Luoyang, en
las Grutas de Longmen. ¿No prefieres quedarte a mi lado? Te construiré el mejor
templo que jamás se haya visto si es eso lo que deseas. Me han dicho que en el
norte construyen templos para extranjeros procedentes de la India como el
templo Shaolin para Batuo. ¡No hagas caso -continuó diciendo el emperador Wu- a
quienes han escuchado tu historia con recelo por no tener imaginación ni
confiar en un hombre que no sabría mentir! Yo no había oído jamás una historia
tan fascinante como la tuya. Pero, si es tu deseo marchar al norte, no se opondrá
el emperador de Liang. Espero que algún día tu hazaña sea reconocida por
hombres que la hayan disfrutado tanto como yo.
-Agradezco su
magnífico ofrecimiento emperador Bodhisattva -respondió el monje al nuevo y joven emperador-. Reconozco la sinceridad en sus palabras que calan más allá
de mis oídos. Pero estoy cansado y viejo y, apenas si me quedarían fuerzas para
enseñar en un templo, más aun, habiéndome acostumbrado a unos hábitos que no sé
si reconocerían como propios. Algunos de tus cortesanos consideran mi
comportamiento ajeno y propio de extranjeros. Créame que no les culpo
por ello, alteza. No quiero ir al norte porque se haya congregado allí una muchedumbre, aunque sean fervientes devotos, atraída por los nuevos templos. Quisiera
encerrar mis huesos en aquellas altas montañas y dejarlos descansar allí en
alguna cueva solitaria para dejarlos marchar, al fin, en paz. He dejado todo
ordenado en Hubei y avisado de mi partida. Ya solo aspiro a la soledad, si me
concedéis este favor que os pido, alteza -concluyó el anciano monje ante la
aceptación del joven emperador que, aunque no fuera autoridad competente en
asuntos monásticos, emitió un edicto para liberar al monje de sus funciones de
superintendente.
De esta manera fue como Hui Shen se despidió del
emperador Wu y emprendió viaje a Luoyang en la provincia china de Henan. Habiéndose
despedido de los suyos y habiendo quedado en paz con ellos se estableció en una
remota y apartada cueva, muy lejos del bullicioso gentío que los monjes
formaban arremolinándose alrededor de
las Grutas de Guyang o de Binyang en Longmen (...)
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