19 noviembre 2015

8. Crónicas de Fusang (I)

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DIALOGO DE DOS MONJES ERRANTES
Hui Shen regresó a China poco antes de comienzos del siglo VI dC. Recibido en audiencia por el emperador Wu de Liang, en Nankín, el viejo monje narró su viaje a Fusang y pidió al nuevo emperador que le exonerara de las obligaciones del monasterio permitiéndole marchar a la montaña.

El joven emperador, recién llegado al trono, no pudo rehusar la petición de Hui Shen y, después de haber oído su historia, quedó tan maravillado que, aun quedando entristecido por su marcha, le ofrecería a aquel monje todo lo que estuviera en su mano.

-Mira Hui Shen -dijo el emperador Wu- que en el norte se están construyendo templos nuevos en el interior de las montañas. Cuando tú partiste a Fusang empezaron a construirlos en las Grutas de Yungang en Datong. Ahora los hacen en Luoyang, en las Grutas de Longmen. ¿No prefieres quedarte a mi lado? Te construiré el mejor templo que jamás se haya visto si es eso lo que deseas. Me han dicho que en el norte construyen templos para extranjeros procedentes de la India como el templo Shaolin para Batuo. ¡No hagas caso -continuó diciendo el emperador Wu- a quienes han escuchado tu historia con recelo por no tener imaginación ni confiar en un hombre que no sabría mentir! Yo no había oído jamás una historia tan fascinante como la tuya. Pero, si es tu deseo marchar al norte, no se opondrá el emperador de Liang. Espero que algún día tu hazaña sea reconocida por hombres que la hayan disfrutado tanto como yo.

-Agradezco su magnífico ofrecimiento emperador Bodhisattva -respondió el monje al nuevo y joven emperador-. Reconozco la sinceridad en sus palabras que calan más allá de mis oídos. Pero estoy cansado y viejo y, apenas si me quedarían fuerzas para enseñar en un templo, más aun, habiéndome acostumbrado a unos hábitos que no sé si reconocerían como propios. Algunos de tus cortesanos consideran mi comportamiento ajeno y propio de extranjeros. Créame que no les culpo por ello, alteza. No quiero ir al norte porque se haya congregado allí una muchedumbre, aunque sean fervientes devotos, atraída por los nuevos templos. Quisiera encerrar mis huesos en aquellas altas montañas y dejarlos descansar allí en alguna cueva solitaria para dejarlos marchar, al fin, en paz. He dejado todo ordenado en Hubei y avisado de mi partida. Ya solo aspiro a la soledad, si me concedéis este favor que os pido, alteza -concluyó el anciano monje ante la aceptación del joven emperador que, aunque no fuera autoridad competente en asuntos monásticos, emitió un edicto para liberar al monje de sus funciones de superintendente.
De esta manera fue como Hui Shen se despidió del emperador Wu y emprendió viaje a Luoyang en la provincia china de Henan. Habiéndose despedido de los suyos y habiendo quedado en paz con ellos se estableció en una remota y apartada cueva, muy lejos del bullicioso gentío que los monjes formaban  arremolinándose alrededor de las Grutas de Guyang o de Binyang en Longmen (...)

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